Magnífico artículo que, con tono humorístico, aborda algunas de las contradicciones del discurso educativo actual: la escuela como gran parque de bolas o como centro de enseñanza.
Por debajo de ese discurso del juego y las emociones, asoma la idea de la escuela como empresa, los agentes educativos como proveedores de mercancías y servicios, los padres como clientes... y los alumnos como último eslabón de la cadena, el que en principio es causa y justificación de todo lo demás.
El resto es, simplemente, el triunfo del márketing emocional adaptado al ramo educativo. Es más fácil vender helados y felicidad que conocimiento, porque éste se alcanza siempre con alguna dificultad.
Así, a padres y alumnado, se les oferta un pack de ligerezas y cachivaches o una formación integral con todos sus claroscuros. Al alumnado, que al final justificaría todo el sector, se le ofrecen, en los extremos, dos alternativas: prolongar la infancia a través de la adolescencia disfrutando de sus emociones y sus juegos aunque no aprenda gran cosa (el cole como ludoteca y el instituto como casa de juegos) o emplear todo ese tiempo en experiencias formativas que no siempre serán agradables ni satisfactorias pero le ayudarán a entender de qué va la vida (y la sociedad, y el trabajo, y todo lo demás) en una escuela que les ofrece y espera de ellos algo más que una sonrisa y una aplicada docilidad.
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