La figura romántica de aquel siglo es la del rebelde, alma exquisita y vitalidad prometeica que arregla, él solito y desde fuera (outsider), un mundo atroz. O más a menudo se estrella contra él irremediablemente bajo el peso de sus alas y la fuerza del sino.
El siguiente avatar de ese icono trágico es el rebelde adolescente cinematográfico, criatura atormentada por un mundo sombrío que lo destruye pues en su interior arde luz oprimida... En el momento de rasgar la tiniebla, sin embargo, sin visión clara, ni causa, ni estrategia -como nos enseñó Camus-, resulta al fin bello pero estéril.
Su correlato de la épica realista es el detective privado que se alza sobre la torpeza policial para resolver el caso. Su parodia, más red-neck que folklórica, es Chuck Norris vestido de cowboy que logra salvar a lazo un avión en llamas como se estabula una vaca en un rodeo.
Pues bien, ese es el hoy guiñolesco imaginario épico que subyace al cansino discurso de la escuela desfasada. No queda gurú perezoso, ni padre soliviantado, ni profe abducido que no replique (aunque más desde dentro que desde fuera) esos tópicos dirigidos a postularlo como ángel salvador de un mundo apocalíptico: el de la escuela como chatarra industrial. Frente a un paradigma frío, intelectual, logocéntrico y oxidado, emociones, muchas emociones de colores y una visión de la tierra escolar prometida: Un fantasma ciberpunk de los buenos sentimientos recorre un mundo en ruinas mostrando el camino.
El resultado es tan cutre que sonroja. Una monserga que siempre apela y se reduce a las emociones. Que parte y regresa a las emociones, sorteando la inteligencia en un viaje entre lo sentimental y lo vacuo. Así, en cuanto aparece un sólo indicio o criterio racional, se acaba el debate. Y vuelta al imaginario. Si se pide, nunca asomará una justificación objetiva o racional. Se amagará una crítica del sistema pero al final se acabará cargando contra el individuo, presionando sus resistencias.
Como corresponde a ese planteamiento individualista, inmediatamente el problema deja de ser sistémico o social para serlo de percepciones y actitudes individuales, las de los que plantean objeciones a esa visión visionaria, las de los que no siguen la ruta señalada por los profetas a sueldo: las de los que no compran la cosmética porque la retórica del discurso no les convence y mirada del gurú no les impresiona.
En esa narrativa, tras los tópicos amontonados, se da paso a la televenta de milagrería, métodos y proverbios, pero nunca se ofrece un planteamiento técnico informado o una crítica escalable de las condiciones objetivas. No se citan las leyes vigentes, no incide en los problemas estructurales o administrativos, no se exigen más recursos, tampoco mayor implicación social o valores más netos.
Ítem plus: no se prestigia como modelo ningún valor o logro académico sino talentos televisuales, triunfos deportivos o millonarios que triunfaron a pesar de su nulidad escolar y su ética discutible.
El mensaje es claro: tú y tus hijos sois unos genios oprimidos por un mundo que no lo sabe... Nosotros venimos a ofreceros la salvación, vuestra salvación individual frente a un mundo en ruinas.
Lo que sigue al masaje narcisista es la glorificación del hombre hecho a sí mismo, del rebelde integrado y triunfal, del renegado que vuelve para reinar y que suele ser el empresario que ofrece el producto o patrocina la retransmisión.
Y entonces, por fin el círculo se cierra:
La falsa crítica al sistema resulta ser en realidad un ejercicio de competitividad mercantil que acaba en glorificación de esa misma sociedad que amagaba cuestionar y en apología de sus pulsiones y prestigios.
¿Para qué cuestionar un sistema en ruinas si el remedio es personal y la salvación es individual? La escuela es de loosers, viene a decirnos el libertador. Facturar distopías y ensalmos es rentable. Contra la escuela se vive mejor.
La falsa crítica al sistema resulta ser en realidad un ejercicio de competitividad mercantil que acaba en glorificación de esa misma sociedad que amagaba cuestionar y en apología de sus pulsiones y prestigios.
¿Para qué cuestionar un sistema en ruinas si el remedio es personal y la salvación es individual? La escuela es de loosers, viene a decirnos el libertador. Facturar distopías y ensalmos es rentable. Contra la escuela se vive mejor.
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