Trujillo suele dar en el clavo. Esta vez, contra esa narrativa que coloca al profesor como héroe o villano en un proceso, el escolar, en el que intervienen tantos factores como para que su influencia se circunscriba prácticamente al aula. Más en un contexto, el de la LOMCE, en el que el claustro profesoral ha perdido en el organigrama cualquier relevancia y cualquier posibilidad práctica de aportar a la organización escolar. Cada vez es más frecuente escuchar aquello de "Este es un claustro informativo, así que la directiva procederá a informar. Cualquier comentario, en el otro punto del orden del día, el de ruegos y preguntas...".
Ese portentoso relato que coloca al profe como un superhéroe libertador en distopía escolar, o bien convertido en villano tiranusaurio que impide el avance de la escuela (y de las fundaciones que controlan el negocio de las privadas). Puede entenderse que, desde afuera, se asuma con la alegría del espectador que sigue la fábula. También desde perspectivas viciadas por sus propios y espurios intereses, pero no que tantos profesores de inflados egos, probada obediencia a las funciones del relato y criterio aborregado repitan en manada los mismos mantras falaces a costa incluso de la dignidad del oficio.
No. No es esta es la escuela del fracaso. Ni el mundo empresarial encarna las lógicas del currículo. Ni el político es el albergue de la autocrítica. Ni la postprensa es la fuente, y cada vez menos, de ninguna verdad.
Ese portentoso relato que coloca al profe como un superhéroe libertador en distopía escolar, o bien convertido en villano tiranusaurio que impide el avance de la escuela (y de las fundaciones que controlan el negocio de las privadas). Puede entenderse que, desde afuera, se asuma con la alegría del espectador que sigue la fábula. También desde perspectivas viciadas por sus propios y espurios intereses, pero no que tantos profesores de inflados egos, probada obediencia a las funciones del relato y criterio aborregado repitan en manada los mismos mantras falaces a costa incluso de la dignidad del oficio.
No. No es esta es la escuela del fracaso. Ni el mundo empresarial encarna las lógicas del currículo. Ni el político es el albergue de la autocrítica. Ni la postprensa es la fuente, y cada vez menos, de ninguna verdad.
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